lunes, 21 de marzo de 2016

La llamada Guerra de castas Chiapaneca ¿Conflicto religioso o político en siglo XIX?



§  Preguntas de investigación :

¿El conflicto ocurrido en 1869 puede llamarse guerra de castas?
¿Cuáles son las particularidades del conflicto?
¿Tiene similitudes con el conflicto étnico ocurrido en Yucatán?
¿Qué factores religiosos, económicos y políticos influyeron en su desarrollo? 
¿Cuáles fueron los resultados del conflicto?

Introducción

§  Estado de la cuestión:

Cabe decir que mucho se ha escrito acerca de la “Guerra de castas” chiapaneca. Se registran fuentes contemporáneas al conflicto, una de las más citadas es la de Vicente Pineda, publicada diecinueve  años después de los sucesos,  en  1888. Sin embargo es necesario cuestionar al autor, ¿quién es? ¿Por qué escribe? ¿Cuál es su propósito? ¿Qué intereses existen de por medio?
Autores más modernos como Victoria Bricker, buscan construir historia sin cuestionar lo antes mencionado y continúan reproduciendo patrones subjetivos, que incluyen más juicios valorativos que hechos específicos.
Por ello, considero importante reconocer la labor de autores como Jan Rus,   pionero en aportar una visión crítica, en consultar otro tipo de fuentes; testimonios de soldados que participaron en los enfrentamientos.
 No acepta una versión que construyeron autores como Pineda, Paniagua y posteriormente Moscoso, que durante un tiempo se volvió incuestionable y hegemónica.
Pero no solamente Rus, ha escrito al respecto consultando nuevas fuentes y aportando datos diferentes, que contradicen las versiones historiográficas  anteriores.
Por ejemplo: Esponda Jimeno con su obra “Quince documentos inéditos relativos a la llamada guerra de castas de 1869”, consulta documentos oficiales hallados en la Secretaria Municipal, Particular y en la Tesorería: comunicados, oficios, acuerdos, circulares y correspondencia, que nos permiten tener una nueva visión del conflicto.
Moisés Gonzales Navarro, del Colegio de México, en La guerra de castas utiliza Memorias de Gobierno de varios estados,  Relaciones de ministros, Memorias de Guerra, algunos decretos y específicamente la Memoria de 1848 del ramo de la Administración Pública del Estado de Chiapas, así como el archivo de Mariano Riva Palacio y numerosas fuentes secundarias.
Vladimir González Roblero, enLa prensa y el mito de la guerra de castas en Chiapas. El caso de La Brújula”, hace uso de otro importante recurso; las fuentes hemerográficas, en este caso de un periódico de corte conservador, que aunque era dirigido  por Paniagua, marca diferencias con el discurso encontrado en la novela “Florinda”.  Gonzales Navarro usa crónicas de un periódico publicado en Nueva York en 1849, con una visión externa del conflicto en el articulo “La guerra de los indios de México”
Por tanto, a pesar de que mucho se ha escrito acerca de este tema, considero importante hacer una revisión historiográfica y reflexionar acerca de lo dicho, pues el tema aún está lejos de darse por concluido.

§  Justificación:

En este trabajo pretendo desarrollar un revisionismo historiográfico acerca del conflicto ocurrido en 1869, durante la llamada “Guerra de castas” chiapaneca, que aunque breve, resulte útil para identificar qué se ha dicho al respecto y nos ayude a esclarecer porqué se han construido algunos discursos. 
Es necesario analizar textos contemporáneos al conflicto y otros escritos posteriormente para encontrar similitudes y divergencias en la historiografía. Hacerlo nos ayudará a identificar y ubicar las diversas posturas que existen al respecto y a comprenderlas mejor, para no continuar reproduciendo patrones que, a mi juicio,  incluyen sobre todo intereses particulares y juicios valorativos, como ocurre en el caso de Pineda, Paniagua y posteriormente Victoria Bricker, que usa como fuente principal a Pineda, quien a menudo contradice otras versiones y testimonios.
Cabe mencionar que no pretendo restar importancia a dichos documentos, por el contrario, creo que son  fuentes necesarias para acercarnos a la guerra de castas y que además, cuentan con una enorme riqueza discursiva pues son reflejo de la mentalidad de la época.
Sin embargo, y sin caer en la titánica (e imposible) labor de “Exponer cómo ocurrieron en realidad las cosas” (Ranke, 1820) considero necesario  reflexionar acerca de las causas que produjeron el conflicto, en definitiva esto es posible gracias a la consulta de otras fuentes y al análisis minucioso de los discursos, para eliminar el sesgo que existe en cuanto al tema.
En resumen, pretendo realizar una revisión historiográfica  de lo que se ha dicho al respecto, pues considero que estamos lejos de poder sacar conclusiones definitivas acerca de este conflicto, el tema continúa estando vigente  porque aún quedan cosas por resolver, descifrar y cuestionar.


Desarrollo
§  La causas:

Pareciera que la pregunta lógica inicial, es cuestionarnos acerca de las causas que originaron la guerra, pues sabemos que la historia es un cúmulo de hechos ligados, relacionados, acumulados unos con otros. Que no partimos de hechos aislados e inexplicables, sin embargo, la mayoría de la historiografía del siglo XIX, contemporánea o escrita posteriormente ha reproducido la imagen de un conflicto que surgió de forma tan espontánea, como los mismos “santos” que de un día a otro se le aparecieron a Agustina Gómez Checheb.
Si buscamos pues, ahondar en las causas, pareciera que sólo podemos remitirnos a hechos religiosos y en todo caso, a una resistencia “natural” del indio hacia la civilidad y por lo tanto, una facilidad para “caer” en conflictos, debido a su misma “incapacidad” para discernir:
Se ha creído que los indígenas han venido alimentando de padres á hijos un odio perpetuo á la raza blanca, esto no es exacto, las guerras que nos han promovido, propiamente hablando, no son de castas, las guerras han sido las mismas que las hordas de bárbaros salidas del centro del Asia promovieron al imperio romano: es la guerra del salvajismo contra la civilización; es la guerra de las tinieblas a la luz” (Pineda, 1886:72)
Además Pineda explica que los indígenas mientras no tengan las mismas costumbres, lenguas y supersticiones son enemigos aún entre su misma casta.
Pareciera que nos encontráramos ante el problema del “otro” que diría Tzvetan Todorov, el mismo problema de “signos”, que imposibilitaba la comunicación y subrayaba el choque cultural entre dos mundos.
Llama la atención la manera en que Pineda ve a la “casta” a la que pertenece, una representación de lo civilizado, lo iluminado, “lo occidentalizado”. La visión tan difundida durante el siglo XIX, que podemos encontrar en Kant, Hegel, Voltaire, Comte y muchos otros filósofos, de ver la teleología de la historia como una flecha hacia adelante y hacia arriba, se refleja en una realidad tan dispar como la de un coleto chiapaneco.
Para que exista el sujeto “desarrollado” debe existir la contraposición: el “subdesarrollado”, es el mismo modelo que se aplica a los estados nacionales y que también se aplica a la visión individual del “nosotros”.
Pineda no se cuestiona acerca de que los de su misma “casta” también luchan incesablemente entre sí, por esas mismas divergencias culturales o ideológicas. Sobre todo durante este periodo con las pugnas entre centralistas y federalistas, liberales y conservadores, escoceses y yorkinos, imperialistas y republicanos y un largo etcétera.
Pineda también menciona el falso culto a Santa Luisa como  otro de los motivos más importantes de esta insurrección de  indios:
Al ídolo se colocó en una caja de madera, y cuando quería hablar, que por lo regular era cuando había más concurrencia, el fiscal Pedro Díaz Cuscat, se introducía dentro de la caja y se movía; al movimiento de ésta, todos los creyentes se postraban en tierra. La indígena Agustina, que era la intérprete de la voluntad del ídolo, ponía oído a lo que Cuscat decía dentro de la caja, y a continuación lo comunicaba á todo el concurso de tontos” (1888:73)
Flavio A. Paniagua en la novela “Florinda”, que aunque obra literaria, es muy buen punto de referencia para abordar esta “visión ladina”, pues como el mismo subtítulo lo indica: “Contiene los documentos más importantes referentes a la insurrección de indígenas en 1869”. El autor igualmente atribuye como causa principal del conflicto al surgimiento de un “nuevo culto” desarrollado en Tzajalemel.
En cuanto a fuentes más recientes, Victoria Bricker llama al conflicto  La Guerra de Santa Rosa, atribuyendo también un gran peso al conflicto religioso.
Sin embargo, es la única que abunda en la precaria situación de los indígenas desde 1821. Como fuente de consulta para confirmar “la inmoderada explotación de los nativos” se basa en testimonios de  “El baluarte de la libertad”, periódico publicado en Chiapa de corzo, y de “El espíritu del siglo” que era el diario oficial del gobierno de Chiapas, ambos de corte liberal.
Muchas de las notas sobre la rebelión que se publicaron en El Baluarte, están firmadas por Cristóbal Salas, en ellas se mencionan las  quejas que había realizado el pueblo de Chamula acerca de los abusos cometidos por su párroco, casos similares ocurrieron con el cura de San Andrés Larrainzar.
El punto álgido se presenta cuando según Cristóbal Salas, un fiscal fue atado a un poste por no haber entregado al párroco los 28 reales como pago de la misa diaria. Este fiscal era Pedro Díaz Cuscate.
A pesar de tomar en cuenta dichas causas como parte clave que originó el conflicto, Bricker remarca que la influencia fundamental se debió a cuestiones religiosas, retoma la versión de Pineda de la supuesta crucifixión de un niño indígena en un viernes santo, incluso retoma el párrafo de la narración del hecho:
“Cuando llegó el día colocaron una cruz en la plaza de Tzajal-hemel, el lugar donde habían celebrado sus reuniones, sacaron a la víctima del templo y entre varios de ellos lo ataron a la cruz; luego de sujetarlo fuertemente, comenzaron su ejecución bárbara, cruel y criminal, clavándole  los pies y las manos al mismo tiempo. Los gritos de espantoso sufrimiento que lanzaba la infortunada victima con voz lúgubre y aterradora, eran ahogados por la algarabía de aquellas furias infernales, intoxicadas con el alcohol y la sangre del crucificado, otras lo incensaban, mientras el niño Domingo finalmente expiraba en medio del más espantoso dolor. No sabemos qué hicieron los nuevos judíos del cuerpo y la sangre del mártir del barbarismo, aunque no es improbable que hayan bebido la última” (Pineda, 1888:77)[1]
Tampoco queda claro si los indígenas llamaban a Agustina Gómez Checheb Santa Luisa (como afirma Pineda, Paniagua y Molina) o Santa Rosa, como Bricker afirma que lo hacían en los periódicos “El baluarte de la libertad” y “La brújula” y como según ella, los mismos chamulas denominan  a esta rebelión.
 En sus conclusiones finales deja claro que este fue el motivo principal y predominante y ve como consecuencias directas del conflicto, la creación de un “sacerdocio nativo y cierto grado de libertad religiosa”. (Bricker, 1989:246)
Jan Rus por el contrario, desde una perspectiva muy crítica acerca de esta versión “ladina” que la historiografía difundió,  al resumir esta versión oficializada  dice:
varias comunidades tzotziles de Los Altos de Chiapas libraron una implacable y sangrienta guerra de exterminio. Encabezados por un dirigente sin escrúpulos, que les hizo creer que podía comunicarse con una colección de <santos> de barro”( Rus, 1995:145)
Y va más allá de la crítica y de la síntesis, pues al explicar qué lo motivó a hacer su ensayo, menciona que buscaba encontrar en las relaciones entre los actores, una versión distinta y más creíble de lo que había originado la guerra.
Comenta que tras su investigación no sólo es que no hubiera pruebas de que la violencia inusitada y el “salvajismo” provinieran de los indios sino más bien, de las provocaciones y las agresiones de los ladinos.
Rus ahonda en los verdaderos motivos que llevaron al conflicto, y lo atribuye a una serie de factores como la pugna desarrollada entre liberales y conservadores, es decir, entre norteños y alteños, por la mano de obra, que se vivía en el estado originada por una mayor competencia económica.
 Así como a conflictos agrarios, acrecentados tras las “denuncias” de supuestos terrenos baldíos que generaron en una política de despojo de los pueblos indios, empeorando significativamente el problema del reparto agrario.
Además de la lucha desatada por la fragmentación política, que degeneraba en un clima de inestabilidad social, llegando a su punto álgido en 1855 cuando las fuerzas “liberales” llegaron al poder e intentaron poner en práctica medidas “anticlericales”, en la ciudad de San Cristóbal se ubicaba el sector más reacio de la población.
En resumen Jan Rus, hace un análisis mucho más completo en que el entramado histórico, sustituye a la versión simplista de querer explicar un conflicto social en un solo hecho, y nos ayuda a situarnos en el verdadero marco histórico del conflicto.

§  Los hechos

En 1867, tras los conflictos ocurridos entre las facciones liberales y conservadoras, se nombró gobernador del estado a Pantaleón Domínguez. Desde 1864, cuando el estado se había declarado en estado de guerra, los poderes habían sido trasladados a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez.
Al mismo tiempo, según Paniagua desde el 22 de octubre, en un poblado cerca de Chamula, llamado Tzajalemel, Agustina Gómez Checheb dice haber encontrado unas piedras o unos santos[2] y con ayuda del Fiscal, Pedro Díaz Cuscat, armaron una ermita[3] e iniciaron con un nuevo culto.
Cabe decir que la constitución de Chiapas promulgada en 1858, permitía la libertad de culto, sin embargo, desde la postura de los alteños, esto se trataba de un gran agravio, tanto o más como el hecho de que los chamulas realizaran actividades comerciales en Tzajalemel, sin proveer de la mano de obra y el abastecimiento de productos, que San Cristóbal tanto necesitaba.
Los alteños, decidieron apresar a Díaz Cuscat, sin embargo Pineda relata que el gobierno liberal hizo caso omiso de sus quejas:
“con su informe los mandó a la ciudad de Chiapa que era donde a la zazon se hallaba el Gobierno del Estado: allí, sin atender á lo que el Jefe político decía en su informe, los pusieron inmediatamente en libertad bajo el efímero pretexto de que estaba vigente en el Estado la ley de libertad de conciencia y libertad de cultos” (1888:75)
Menciona que la tolerancia ante estos hechos fue llevada hasta el extremo por los ladinos y a continuación añade una nota al pie, en la cual específica que como fuentes ha usado: su propio testimonio, los periódicos “La Brújula” y “El espíritu del siglo”, además de informes de comandantes, capitanes y testigos en general y aclara que como se han registrado “contradicciones” sólo ha tomado algunos de ellos.
A continuación describe la ya citada “crucifixión”, llama la atención el hecho de que ningún periódico de la época  haga mención de este hecho y que tampoco Paniagua, mencione nada similar. La misma Victoria Bricker comenta que ni Cristóbal Molina, ni ningún periódico hacen referencia a este hecho, sin embargo ella propone que al leerse “informes infundados” o “hechos hostiles” probablemente se refieran a este hecho, lo cual parece poco creíble al analizar el tipo de discurso desarrollado en la época, ¿porqué omitirían un hecho tan destacado? ¿Qué mejor ejemplo  de esa “barbarie innata al indio” que intentan señalar?
Bricker comenta: “La historia de Pineda acerca de este movimiento es la única fuente principal en la cual se menciona la crucifixión. Empero, a pesar de que su obra no fue publicada sino alrededor de 20 años después de ocurrido el levantamiento de Chamula, opino que debe considerársele como fuente principal pues pineda al parecer residía en San Cristóbal de las Casas durante las hostilidades”(Bricker; 1989:241)
Llama la atención que ningún otro “residente” de la ciudad haya presenciado este hecho, tampoco Paniagua lo menciona, aunque Florinda se editara sólo un año más tarde. Bricker menciona que aunque Trens acusa a Pineda de cambiar el orden cronológico y alterar los hechos, ella cree que no pudo tratarse de una invención y que no habiendo documentos históricos probatorios, tuvo que ocurrir un hecho similar o un “remedo” porque es la única comunidad donde se venera a un Cristo indígena  y no una imagen del santo sepulcro. (1989:241)
Es difícil discernir lo “real” de lo mítico en el sincretismo religioso, que en general se vive en el imaginario indígena, Rus, menciona que muchas de las versiones actuales pueden haber sido introducidas más tarde por sacerdotes y maestros, como ocurría a menudo. (2002:174) 
Un personaje clave dentro del conflicto es Ignacio Fernández de Galindo, originario de la Ciudad de México, ingeniero o agrimensor.
Pineda y Paniagua lo acusan de haber sembrado la semilla del odio entre los indígenas, de darles instrucción militar, a la vez lo llaman “imperialista” y lo acusan de impartir  “ideas socialistas o económicas, no conocemos con propiedad el nombre” (Paniagua, 1889: 52), de ser un hombre funesto que traiciona a su raza y que se “disfrazaba de indio”, pues en nada se diferenciaban sus ropas de las de las “chusmas de indios” (como normalmente nombran Pineda y Paniagua a los indígenas).
En estas fechas, los conflictos se acrecentaron, con o sin la influencia de Galindo. Bricker menciona que nueve municipios de los altos se produjeron conflictos, y los indígenas “mataron a los habitantes ladinos de varias poblaciones rurales y pusieron sitio a la ciudad de San Cristóbal” (1989; 235), por su parte Rus menciona que ni siquiera en estas fechas, la violencia se dio de forma indiscriminada, pues tras algunos secuestros de comerciantes “ladinos” los dejaron indemnes y libres, afirmando que la furia se desató con aquellos que tenían “viejas cuentas que saldar”.
De nuevo vemos que la versión historiográfica varía desde la perspectiva con que se mire, Pineda y Paniagua hablan de la heroicidad de los coletos al combatir a las “turbas de rebeldes”, las cifras mencionadas también varían enormemente. Entonces ¿Quién es la víctima y quién el victimario?, intentaré abordar posibles respuestas en el siguiente apartado.

§  Los actores:

Al enunciar la complejidad social, hablamos de un intrincado y prolijo entramado de actores, así como de un tejido social heterogéneo. Sin embargo desde la visión de Paniagua y Pineda, los indígenas no son  actores activos sino objetos pasivos, son cuencos vacíos en donde “los ladinos” pueden infundir el odio o la civilización.
El “concurso de tontos”, crédulos que creen en cajas parlantes, los que “reciben con entusiasmo a Galindo y le ofrecen obedecerle en todo” (Pineda, 1888:79), los que se dejan hipnotizar, los supersticiosos que creen en la inmortalidad y en las promesas de Galindo, los que creen que “Galindo declaró ser San Mateo, que su esposa era Santa María y su compañero era San Bartolomé”[4]
Sin embargo el indio no es “malo”, solamente es inculto, ignorante y con una natural tendencia hacia la credulidad, Paniagua dice: “Se pensó entonces en los medios de ilustrar, educar y redimir a los indígenas que en momentos de extravío, seducidos por farsas engañosas y patrañas… se levantaron con el fin de extinguir a la raza blanca” (1889: 117)
Observamos pues un paternalismo absurdo y un indigenismo contradictorio, para el “indio” el agravio es doble, primero por considerarlo “tonto”, maleable, manipulable y en segundo término, por “disculparlo” y atribuirlo a su natural condición  de “caer en el error”, al no considerarlos capaces de generar sus propias conclusiones, ni de tener una postura ante los conflictos. Es aquí donde se construye la cuestión  del mestizaje como valor y como solución “educadora”.
Esta visión no muestra al indígena como actor activo, que vivió grandes procesos de cambio social y que, como mencionan historiadores como Ortiz Herrero, Palomo Infante y Jan Rus, quienes comparten la visión de que los muestran como sujetos transformadores de cambio, que supieron adaptarse a las nuevas coyunturas y “sutilezas” políticas de los liberales para beneficiarse.  
Quizá una de las razones por las que la rebelión cobró “tintes religiosos”, es que en cartas y documentos de 1869, se menciona que varios pueblos rechazaron hacer los pagos de servicios de la iglesia y los trabajos obligatorios para el párroco, prefiriendo instaurar nuevas prácticas religiosas, pues la iglesia como institución económica representaba aquello que tradicionalmente había jugado un rol de explotación  y trabajo forzado desde la época colonial. Sobre todo tras el proceso de politización que según Jan rus se intensificó durante estos años.
Es difícil descifrar quién era en realidad Fernández de Galindo, otro de los personajes claves del conflicto, es difícil saber sí realmente tenía el propósito de “llevar a la sublevación de los indios” o si fue victima de sus circunstancias al estar inmerso en esta época de “histeria” coleta. Lo que sí queda claro es que se le quiso representar con la figura del “traidor” de su raza, de su patria e incluso de sí mismo.
Quizá era simplemente un hombre de su siglo, pues al analizar los discursos que abordaré en el siguiente apartado, tal parece que en el estado se vivió un proceso de decadencia. A través de los discursos más da la impresión de que nos refiriéramos al siglo XVI, que a un siglo XIX en pleno choque cultural. 

§  Las palabras, los conceptos:

Algo importante para los procesos de pertenencia y de construcción de la identidad, es la forma en la que nos nombramos y también como nombramos a nuestro reflejo, al “otro”.
En Pineda y Paniagua destacan algunos significantes:
Salvajismo, tiniebla, indígena, tonto, atroz, criminal, , sanguinario, feroz, asesino, chusma, bárbaro, arrogante, soberbio, enemigo, zángano, discípulo, furor brutal, exterminio, devastación, rebelde, obedecer, odio, tiranizar, atormentar, fanatismo, incendio, matanza, temor, endemoniado, satánico, poseso, destrucción, perseguir, atacar, calumniar, crueldad.
Civilización, luz, raza blanca, paciencia, tolerancia, dirigir, instruir, víctimas inocentes, patriotas, piedad, humanidad, heroicidad, honrar, ilustrar, sumisión, inteligente, sacrosanto, conservación, derecho.  [5]
Creo que resulta claro que la mayoría de ellos están construidos de forma que podamos encontrar su antónimo, encontramos dos campos semánticos distintos que buscan representar dos “realidades”, “naturalezas” y “modos de ser” distintos, formas contrarias que se repelen entre sí.
Durante el siglo XVII, comenzó a construirse en occidente uno de los modelos de pensamiento que arrastramos hasta nuestros días, la contraposición de conceptos: bueno-malo, oscuro- iluminado, moral-inmoral, civilización-barbarie… podemos encontrar esto en pensadores tan disímiles como Kant, Voltaire o Hegel. El punto es que no existen dualidades complementarias sino antagónicas. 
Más tarde Rousseau introduce la figura “del buen salvaje”, al observar a algunos intelectuales mexicanos de este siglo, como Manuel Payno, Altamirano o a chiapanecos como Flavio A. Paniagua podemos inferir que: “son manifestaciones claras de una adhesión entusiasta al modelo romántico tardío, caracterizado como decadente, que dominó a lo largo y ancho de la extensa provincia mexicana durante el último tercio del siglo XIX” [6]
Por tanto, considero importante enmarcar estos discursos que intentaron construirse para definir dos figuras antagónicas, sin perder de vista que se hizo siguiendo propósitos económicos y políticos, con la intención de regresar los poderes a San Cristóbal, que habían sido arrebatados en 1872, a escasos cuatro años del conflicto. Buscan nuevamente ser capital del estado, porque sus habitantes habían tenido el heroísmo necesario para defender “la civilidad”.
Pero obviamente también por motivos ideológicos,  al presentar al indio como un sujeto que no puede valerse intelectualmente por sí mismo, también se recalca el “orgullo” y la “necesidad” de que los alteños sigan guiando a “sus indios”, asegurando así su permanencia  frente a las nuevas élites en ascenso.
Por último, Paniagua y Pineda publican veinte años después del conflicto, quizá con la intención de  reivindicar su imagen, moldeándola  para que ayude en la construcción de un mito. Rus es el primero en hacer explícita la denuncia y advertir de los perjuicios que puede traernos esta simple “repetición” discursiva.

Conclusión

§  Consideraciones finales:

Considero que este conflicto ocurrido en 1869 no puede llamarse guerra de castas, pues el entramado de actores, no fue precisamente de “indios” contra “ladinos”, sino un proceso multifactorial en el que se involucran divergencias económicas, culturales y políticas en las que intervinieron varios grupos sociales.
En cuanto a lo que explica Pineda: “Fue la guerra de la civilización contra la barbarie”, no queda claro si la primera parte existió realmente, pero seguramente no se trata de los coletos, que “por falta de municiones” salieron armados con machetes y cuchillos, “donados por las señoras” a descuartizar indios, cumpliendo records en cuanto a su actuación, como en el caso de Crescencio Rosas.
El conflicto chiapaneco obviamente tiene sus particularidades y no es fácil compararlo con lo ocurrido en Yucatán, donde las peticiones fueron algo más explícitas como: disminuir a un Real la contribución personal y los derechos parroquiales y exigir derechos que les correspondían constitucionalmente.
(Gonzales Navarro: 15)
En Chiapas también se presentaron esas quejas, pero envueltas en una serie de “cuestiones religiosas relacionadas con el nuevo culto”, es difícil creer que todo se debiera a movimientos milenaristas, además desde la conquista hasta la actualidad, se vive en gran medida un complejo sincretismo religioso dentro de los pueblos. 
Como dije, creo que se debió a un problema multifactorial. Por desgracia las consecuencias fueron similares en la península y aquí, se vivió una mayor represión para los pueblos y aunque la zona de los altos no recuperó por completo su control sobre los indios, el cambio de poder, (esta vez bajo el mando de los hacendados del norte) sólo sustituyó una relación de poder y dominación por otra, la forma de ejercerlo, se volvió todavía más cruenta y esta explotación desmedida marcará el final del siglo XIX  y sobretodo gran parte del siglo XX.


§  Bibliografía:

˜ Constitución Política de la República Mexicana de 1857, 12 de febrero de 1857, (Consultado en línea PDF www.institutodeinvestigaciones jurídicas.com.mx)
˜ Esponda Jimeno, Víctor Manuel. Quince documentos inéditos relativos a la llamada guerra de castas de 1869. Liminar. Estudios sociales y humanísticos. Vol. V, núm. 1, enero- junio 2007, México, Centro de estudios superiores de México y Centro-América. PDF, pp. 1-14, disponible en www.redalyc.org. /articulo. oa?id=74550112
˜ Flores Castillo, Adriana. Chiapas a través de sus constituciones, UNAM Instituto de investigaciones jurídicas, México, PDF, pp. 1- 19, www.juridicas.unam.mx
˜ González Roblero, Vladimir. La prensa y el mito de la guerra de castas en Chiapas. El caso de La Brújula, UNICACH, México, PDF pp. 8- 14
˜ González Roblero, Vladimir. Florinda una versión ladina del levantamiento tzotzil de 1869, Cuadernos interculturales 11, núm. 21, 2013, Universidad de Valparaíso, Viña del Mar, Chile. pp. 85-110, PDF Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=55229413005
˜ Gonzales Navarro, Moisés. La guerra de castas. COLMEX, México, PDF, pp. 1-37
˜ Reifler Bricker, Victoria. El Cristo indígena, el rey nativo. El sustrato histórico de la mitología ritual de los mayas. Fondo de cultura económica, México 1989.  pp. El rey indígena de Totonicapán (1820) 153-167 Y La guerra de santa rosa en Chamula (1867-1870) 235-246.
˜ Rus, Jan, “¿Guerra de castas según quién?: Indios y ladinos en los sucesos de 1869”, en Juan Pedro Viqueira y Mario Humberto Ruz (ed.), Chiapas, los rumbos de otra historia, UNAM-CIESAS, México, 2002 (1995, 1ª), pp. 145-174.
˜ Ortiz Herrera, Rocío. Pueblos indios, iglesia católica y élites políticas en Chiapas (1824- 1901. Una perspectiva general, 2003, Chiapas, México
Paniagua, Flavio A.  Florinda (Contiene los documentos más importantes referentes a la insurrección de indígenas en 1869), Serie de literatura, UNICACH, 2003, 1ª Edición 1889. 
˜ Pineda, Vicente, Sublevaciones indígenas en Chiapas. Gramática y diccionario tzeltal, INI, México, 1986 (1888, 1ª.)




[1] Cita encontrado en el capitulo IX de Victoria Reifler Bricker. El Cristo indígena, el rey nativo pp. 238.

[2] No queda claro de qué objeto se trataba pues Pineda hace referencia a un “figurín de barro, vestido y adornado y Paniagua menciona “tres piedras azules”.
[3] O “pagoda” como la llamaría Pineda, 1886: 73.
[4] Bricker, 1989: 242, con referencia a Molina, 1934:371, también encontrado en Paniagua, 1889:68.
[5]  Los conceptos han sido sacados de forma literal, de los textos.
[6] Colunga, 2003: 9, citado en González Roblero, Vladimir. Florinda una versión ladina del levantamiento tzotzil de 1869.

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